Don´t go baby



Y yo que me di modos de aprender inglés para entenderle; cuando empecé a hacerlo, supe que a menudo me llamaba perra. No me importó, pensé que era su forma de quererme, aunque ni siquiera me permitía compartir su cama. Maldito negro, prefería dormir con su guitarra.

Me tomaba solamente bajo la ducha, entre la bruma del agua caliente. El mismo me desataba los zapatos, me quitaba las medias y el resto de la ropa. Ponía sus discos con el volumen alto; música de otros negros, de película antigua. Así, emergiendo entre la espuma de jabón, conocí a Billie Holliday, su musa predilecta,mientras su boca ansiosa recorría mi espalda. Eran los susurros de Nina Simone, los que precedían las caricias. Y en tanto que el maldito me restregaba la piel, era Luis Armstrong, el que me restregaba el alma.



Ingenua yo pensando que le amaba, desviviéndome por él, procurando entender sus estúpidos libros, sirviéndole whisky, preparándole café. Volviendo a casa más allá de la media noche con los cabellos mojados y humo de cigarrillo pegado en la ropa.

Una vez me fulminó con la mirada, por la osadía de preguntar quien era Carlos Santana delante de sus amigos. Yo no sabía que era otro de sus nombres sagrados, igual que Django Reinhardt o Keith Richards. Le asqueaba mi ignorancia, y no tenía reparos en decírmelo. Dejé de preguntar. No le interesaba enseñarme, la verdad es que casi ni me miraba. Yo no era alguien, era menos que algo; porque no sabía de música ni de jazz, ni de Chicago, ni de New Orleans. Y aún así era su espectadora fiel, una idiota perra fiel que se extasiaba en sus acordes.

Dejé de frecuentar a mis amigos, de ir al cine, de leer mis libros, por andar alimentándome de migajas melodiosas, incierta como el vapor, dispersa y transparente. Yo no existía para él sino en la ducha, y él no existía para mí sin su música. Eso lo descubrí ayer, cuando lo encontré solo en la calle, sin guitarra, sin whisky, sin musas. No era más que un pobre diablo famélico, feo y envejecido. Inmediatamente supe que no volvería a su casa nunca más. El también lo supo, se vio a través de mis ojos; desnudo e insignificante. Pasé de largo, con paso firme, mirándolo como se mira la nada, entonces alcancé a oír su voz ronca que suplicaba: don´t go baby,… please don´t go.

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