Instrumental

Tengo un amigo de esos a quien fácilmente podría amar con locura: escritor y lector empedernido, frágil como un huevo, pelilargo, inteligente y amante de la música. No lo he tocado, quizá jamás lo haré, ni siquiera un beso en la mejilla o un roce de manos, y aun así, siento que nos hemos desnudado mil veces. Desnudos de piel nos hemos enroscado en los parajes bucólicos de su natal páramo andino. Cuando él me habla, me llueve, me refresca; cuando me envía música, me acaricia; y cuando me envía libros, me ama. Esta vez fue Instrumental. Resultó para mí un inicio de año apabullante. La lectura de este libro autobiográfico del pianista inglés James Rhodes me ha mantenido como caminando sobre una cuerda floja a mil metros de altura. Cada noche de las últimas dos semanas he cerrado el libro sintiéndome rescatada por la realidad, mi apacible realidad. Instrumental es una historia dura, con violación, drogas, intentos de suicidio, amasada con grandes dosis de música, buena música clásica. No es la tragedia humana la que hace de esta, una obra memorable, los periódicos están llenos de esa basura y no deja de ser basura por muy buena redacción que se gasten. Es la brillante narrativa del autor la que nos mueve el piso. No intenta poses de escritor, solo se deja ver tal y como es, con su miedo, con su desesperación y sus pocas ganas de vivir. A través de sus páginas Rhodes hunde delgadas cuchillas en la piel de sus lectores y nos deja sangrar levemente para luego lavarnos y curarnos con música de Bach, de Schumann de Beethoven… Desde luego, me quedan cicatrices, de eso se trata. Es así como se debe escribir, sin poses, vomitando lo que nos asfixia, lo que nos emociona, lo que no podemos decir con la voz. Rhodes me ha dejado esa sensación, hay que escribir hoy como si se fuera a morir mañana.

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