Un breve desliz



Hace frío y estoy lejos de casa. El café ha hecho por mi lo que puede, ha calentado mis manos el tiempo que tardo en beber la taza. Se acaba el café y empiezo a temblar. Me levanto, camino entre la ventana y mi escritorio procurándome un poco de calor. No lo logro, la temperatura va en descenso. Es inevitable; cada vez que tengo los pies fríos pienso en ella, en lo reconfortante que es, en lo bien que me hace sentir. Pero estoy trabajando, -dejaré eso para después-. Reviso el correo, contesto a todos. Un momento en blanco y vuelvo a pensar en ella. No me engaño más, se que la necesito, voy a buscarla. Allí está, pero definitivamente no es mi día de suerte, está vacía. ¡No es posible! Una, dos, tres botellas vacías. Me las he bebido todas, no queda ni una gota. Que me está pasando, empiezo a preocuparme. Debo estar envejeciendo, como pude olvidar reponer a mi amada compañera de fríos. Cierro la puerta del armario contrariado, como si fuera poco, empieza a llover. Retomo mis labores sin poder concentrarme del todo, como un flash vuelve a mi mente la imagen del armario, veo en un rincón, detrás de las botellas vacías, una, con el contenido casi intacto. Incrédulo vuelvo, abro la puerta para confirmar que era verdad. Como no la vi antes y yo tan necesitado. La tomo entre mis manos, leo la etiqueta: Amaretto, -Ah, esa era la razón-. Es una de esas cursis, empalagosas y femeninas bebidas que siempre me han repugnado. La balanceo para constatar esa densidad melosa que me altera. Por supuesto, la desprecio, como tiene que ser, -Busco alcohol no miel. ¡Por quién me tomas!-

Pero es la hora de la venganza, hace frío, estoy lejos de casa, solo, y es cuestión de vida o muerte: -necesito un trago- así que me como mis palabras y abro esa puerta otra vez, no la encuentro a simple vista; la botellita se ha escondido al fondo, avergonzada de su dulzura. -Está bien, ven para acá, quita esa cara de mosca muerta y deja de coquetearme…vamos a probar a ver que pasa y… luego hablamos-. Se deja, sin oponer resistencia, primero un poquito en la lengua, con recelo, hasta que me atrevo de una vez y la dejo resbalar por mi garganta. Entra despacito. Me va subiendo la temperatura milagrosamente. ¡Lo hace bien la muy espesa! Me sorprende, la melosita funciona. Calienta mejor que las otras, tengo que admitirlo. Muy seguro de mi mismo pienso: -bueno, un solo trago, nada más. Es un caso de emergencia- Me disculpo ante mí mismo, -debo estar loco-. Pero al rato me da amnesia, y ahí estoy abriendo la puerta, haciéndome el tonto, destapándola, sin comprometerme; asegurándole que no me gusta, que no se lo tome en serio, que es algo pasajero. Y me dejo llevar. Entrado en calor, el trabajo va fluyendo. Contesto llamadas, escribo, calculo, imprimo,¡hasta sale el sol!

Son las cinco, apago el computador, guardo carpetas, cierro cajones. Recargado y alegre me dispongo a salir, me froto las manos satisfecho, -ha sido un buen día después de todo- Cierro la puerta. Mientras voy bajando en el ascensor pienso: la melosa cumplió conmigo y yo terminé con ella. Entonces regreso disparado a la oficina, tiro las botellas vacías en el tacho, todas menos una, que guardo en una bolsa de papel para tirarla lejos, muy lejos, donde no quede rastro de mi desliz. Después de todo, tengo una reputación que cuidar.

Bernarda Gui

Comentarios

Entradas populares